Una liturgia que nos lleva a la alegría, la Octava de Pascua

Luego de la semana mayor como católicos vivimos los momentos más felices durante todo el año litúrgico, pues nuestro salvador ha resucitado, pero ¿qué significa esto para nosotros y porqué es el acontecimiento más grande para nuestra iglesia?

Cada momento dentro de nuestro calendario litúrgico es una razón para reconectar con Dios, con su hijo y nuestra amada madre María. Aún así la semana mayor, en la recordamos la pasión, muerte y resurrección de Jesús, es de gran importancia para nuestra fe ya que es el camino que recorremos reviviendo las hazañas de Jesús durante su vida pública y su tiempo en la tierra, además de que es la muestra más clara de que las promesas de Dios si se cumplen y la más grande que nos ha demostrado con su hijo, es la posibilidad de la vida eterna si se vive en santidad.

Es por esta razón que la Pascua de Resurrección es una fiesta que dura, no solo un domingo, sino que se extiende durante 50 días más iniciando con la celebración más larga de todo nuestro calendario y es la octava. Ocho días dedicados al festejo de la resurrección de Jesús, sobre cómo venció la muerte y que desde ese momento en adelante se nos cumplirá a los creyentes la vida eterna.

Estos ocho días se caracterizan por ser una fiesta dominical extendida durante un periodo de una semana, culminando en el domingo de la Divina Misericordia. Lo importante aquí, es reconocer la octava como un festejo que nunca se termina y en la que le damos paso a la contemplación del milagro de amor de Jesús y cómo este fue y sigue siendo parte de nuestras vidas.

En la liturgia durante este tiempo, se celebran en la misas las apariciones de nuestro señor Jesucristo luego de resucitar, lo que nos permite entender, como se mencionó antes, nos reafirma en la fe que Jesús sigue estando con nosotros, que no murió sino que revivió y con ello nos ha permitido tener vida eterna.

Podemos ver la Octava como el reconocimiento de que Jesús no murió ese día en la cruz sino que es el símbolo de sacrificio que necesitamos para moldear nuestra vida como tal. Es por esto que durante estos ocho días principalmente (pero también durante toda la pascua) debe reinar en nosotros la felicidad y la entrega al evangelio, a creer que Dios no nos abandona así como no lo hizo con su hijo y así como Jesús no lo hizo con nosotros. 

En una de sus enseñanzas Jesús nos recuerda que hay que morir para vivir, como una semilla que al germinar muere pero se transforma en vida nueva y da vida en abundancia, esta es la enseñanza que siempre debemos tener presente durante esta larga fiesta de ocho días por la resurrección de Jesús.

Ninguno de nosotros morirá en vano mientras tengamos al gran Dios de nuestro lado, que junto al sacrificio de Jesús en la cruz debemos dejar morir nuestro pecado y renacer una vez más purificados y confiados que nuestras fallas ya fueron perdonadas, lo que nos queda en este instante, mientras celebramos a nuestro Dios eterno y misericordioso, es que podemos dar frutos, podemos seguir su legado y seguir siendo testimonio de su verdad.

Disfrutemos de la pascua que Jesús nos ha regalado, vivamos cada momento de ella como una fiesta para dar gracias, comprometernos con nuestro Dios y con nuestro prójimo, sigamos el modelo de santidad que el mismo Jesús nos enseñó y procuremos seguir viviendo como los hombres y mujeres Santos que estamos destinados a ser; porque así como Jesús lo demostró en la cruz y luego con su resurrección nos demuestra que solo vive el que da vida, el que ayuda en el proceso de santidad a los demás y sobre todo el que está dispuesto a sacrificarse a sí mismo por Dios. 

Sintámonos alegres que un Dios tan maravilloso nos ha dejado conocerle y seguirle y que además nos ha demostrado con su único hijo todo el amor que tiene para nosotros.